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Archivo Lalicuadora: Desintoxicación digital (cómo el vino redujo mi abuso de celular) (septiembre 2016)

7 min readJun 15, 2020

Hace un tiempo me dispuse a cambiar mi paladar de niña y empezar a tomar vino en ocasiones especiales. Honestamente empecé a la fuerza, convengamos que la primera vez que probás un vino no te resulta la bebida más deliciosa del mundo (muy fuerte, muy espesa, muy rara). Para mí el vino es 100% un gusto adquirido, como lo es el mate o el fernet: muy probablemente no te guste la primera vez que lo tomes, pero algo en su mística te va a generar ganas de saber apreciarlo y decidir darle una segunda oportunidad. Y una tercera. Y una cuarta. Y de repente cuando te quieras dar cuenta, sin saber cómo ni cuándo, te vas a encontrar disfrutándolo.

Hay algo sofisticado en el vino, algo en su esencia que le aporta una cierta mística y magia extra a la situación que estás viviendo. No sé explicar exactamente por qué, pero toda la cultura vitícola plantea un cierto espectro de upgrades para ciertas experiencias que resulta bastante intrigante, y es por eso que decidí darle una oportunidad. ‘Sumémosle una copa de vino a un momento lindo y veamos a dónde nos lleva’, era la premisa. Resultó llevarme a un lugar que no me esperaba pero ni a palos.

Hace unos días me junté con mi mejor amiga en casa a cenar. Le cociné unas verduras, compartimos una botella de vino y charlamos charlamos charlamos hasta tarde. A medida que avanzaba la noche noté cómo de manera paulatina el contenido de la botella disminuía inversamente proporcional al de la charla: a menor cantidad de vino en botella, mayor calidad de contenido en conversación. Me animaría a decir que da para tema de tesis doctoral este tópico prácticamente, pero no perdamos el foco Mabel te lo pido por favor querida concentrate en el hilo del relato. La cosa evolucionó más o menos así:

Anécdotas de la semana, cosas que vimos en internet, algún que otro chisme.

Relaciones sentimentales, amistades, cosas que nos hacen sentir bien o mal

¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Existen los aliens? ¿Por qué Sibarita es tan rica?

En ese estadío de conversación existencialista me topé con un montón de cosas interesantes que fueron facilitadas exclusivamente por el fluir argumental sin filtro que permitía el vino, entre ellas algo que me sorprendió muchísimo. Hablando de todo un poco llegamos a la conclusión de que a las dos nos estaba pasando lo mismo, algo que siempre me había dado vergüenza admitirme a mí misma (ni hablar a los demás) porque sentía que solo me pasaba a mí y que demostraba una debilidad de carácter inadmisible:

Me controla la tecnología.

Por fuerte que suene declararlo, así es. Me voy a dormir viendo la pantalla del teléfono como última imagen y absorbiéndola como primera cuando me despierto. Si me descuido puedo pasar horas scrolleando contenido intrascendente sin hacer otra cosa. Hay momentos en los que siento tanta intoxicación tecnológica que la percibo invadirme el cerebro, infectarlo, y cuando me paso de mambo con el teléfono siento la cabeza sucia, cansada, llena de cables, enchufada a una central cuyo único fin es alimentarse de mi energía y usarla para vaya uno a saber qué cosas.

Honestamente no me había animado a volver sobre mis pasos (o sobre mis dedos, en este caso) y evaluar lo que me estaba pasando. Sentía que no estaba del todo bien, pero me dejaba llevar por la corriente: la vida es así ahora, estamos en el 2016, ¿Demasiada pantalla? Puede ser, ni idea, no me molestes, estoy chusmeando el instagram de una modelo rusa que vive en Madagascar.

Bueno eu, momento, pongamos pausa:

Basta.

O sea…

BASTA.

En esa conversación nos dimos cuenta (con los ojos abiertos como platos y palabras saliendo a mil por hora de la boca) de que teníamos el mismo problema: nos estamos dejando consumir por la tecnología, incluso estamos dejando de hacer cosas lindas y nuestras por cederle demasiadas horas a la red. Estamos intoxicadas(porque es eso, una intoxicación lisa y llana) y permitiéndole a qué-se-yo-quién que nos convierta en zombies tarados que pasan la vida pasivamente mirando una pantalla. Y que si bien hacemos un montón de cosas reales (la intoxicación no llegó tan lejos todavía pero QUIÉN SABE cuál es su límite si no la empezamos a controlar), pasamos demasiadas horas innecesarias en el sillón mirando lo que suben otras personas que, muy probablemente y aunque les cueste admitirlo, están en la misma situación que nosotras.

Me golpeó para bien ver que otro ser humano se sentía así de invadido por lo digital y me hizo despertar: no me interesa ser un zombie. Me gusta mi cerebro y planeo quedármelo, gracias, adiós.

Entonces la pregunta es ¿Y ahora qué hacemo?

El primer paso para solucionar un problema es aceptar que lo tenés, y por ridículo que suene yo lo tengo y lo admito: generé una dependencia muy fuerte con el celular. Usarlo está buenísimo, en mi caso es incluso una herramienta de trabajo, pero cada uno sabe cuándo esa relación objeto-persona deja de ser funcional y pasa a ser perjudicial. Cuando te encontrás dedicándole tiempo de más a ese aparato en lugar de estar haciendo otras cosas más lindas y productivas, y encima sintiéndote mal al respecto, claramente se convirtió en un issue a solucionar.

Vos leyendo esto sabés si estás o no en esta situación, pero por si un poco sentís que sí y sin embargo te está costando dar el pasito hacia la aceptación generé una serie de preguntas guía que te pueden ayudar a clarificar tu estado. Considero que si respondés que ‘sí’ a dos o más, sería bueno que empieces a prestarle atención a tu alarma interna:

-Chequeás el celular mientras estás mirando una serie o una película.

-Te genera ansiedad o incomodidad no tener tu celular al alcance de la mano.

-Sentís seguido el impulso de chequearlo, aunque no haya sonado o vibrado. A veces más de una vez en un mismo minuto.

-Lo último que mirás al irte a dormir es el teléfono.

-Lo primero que mirás apenas te levantás es el teléfono. Y no sólo la hora, las notificaciones y novedades también.

-Nunca apagás el teléfono.

-Has llegado a volver a tu casa al darte cuenta de que te habías olvidado el celular, aunque eso implique llegar tarde, aunque quizás no lo necesitaras seriamente.

-Te das cuenta de que te está afectando el uso excesivo, pero de todas formas no dejás de hacerlo. Ves tu malestar de manera pasiva, como un observador externo impotente ante la situación.

Yo, por ejemplo, respondí que sí a todas.

Extremo, ¿No?

Hay una frase de un tal Johann Hari que dice que ‘lo opuesto a adicción no es sobriedad, es conexión’. Considero que esta es una enorme verdad y una clave hacia la solución del problema: volver a conectarnos con la realidad. Dejar un poquitito el teléfono para volver a encontrarnos por nuestra esencia, la de verdad, la que no está codificada en ceros y unos.

A raíz de la revelación del vino decidí cambiar mis hábitos con el celular y empezar por atacarlo en el punto clave: la noche. Durante el día entre el laburo y las tareas cotidianas tampoco puedo abusar tanto del teléfono, pero a la noche puede llegar a ser terrible si me dejo estar. Entonces me dispuse poner un horario y apagarlo hasta el día siguiente. En principio, las 21 hs.

¡No les puedo explicar lo positivo que resultó ese cambiecito! Avancé con mis series, leí más, hasta hice algún que otro dibujo y practiqué lettering. Vi documentales, estoy durmiendo de 8 a 9 horas por noche, me permito salir a correr a la mañana y rindo muchísimo más a lo largo del día. ¿Desventajas? No hay. No pasa nada tan importante en internet que no pueda esperar a que lo lea el día siguiente. Nada, eh. Posta, me fijé.

Conté sobre este objetivo en twitter y a las semanas dos chicas que no conozco me comentaron por esa misma red social que estaban haciendo el ejercicio de dejar el teléfono a la noche y que su nivel de productividad y energía había aumentado notablemente. Estaban felices con lo que las había modificado energéticamente este cambio en apariencia tan chiquito, y a mí me sirvió como prueba de que evidentemente somos varios los que estamos en esta. Y estar acá no nos hace subnormales o enfermos, simplemente es un estado generalizado al que nos está llevando la sociedad y el cual está en nosotros poder parar. Aprender a disfrutar de las bondades de la tecnología con responsabilidad y moderación sin dejar que nos domine la vida. A usar nuestras cosas, que no es lo mismo que dejar que nos usen ellas a nosotros. En definitiva: a desconectar para reconectar.

¿Podemos hacerlo?

¡ Sí — po — de — mos !

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Carla Bonomini
Carla Bonomini

Written by Carla Bonomini

navegando la dicotomía de mi sensibilidad estructurada

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